Hemos concluido -y os podemos asegurar que no hemos recurrido a ninguna sustancia lisérgica para la realización de este estudio- que se deben fusionar tres bizarrerías cósmicas para que se dé la aparición de nuestro querido artista urbano: el pintor impresionista, el superhéroe de Marvel y el superhombre nietzscheano.
“¡¿Pero cómo es posible?!”, se preguntarán vuestras inocentes cabecitas. No os preocupéis, queridísimos lectores, que en las siguientes líneas os explicamos nuestra teoría…
El pintor impresionista
Todo graffitero se compone en un 36% de pintor impresionista.
Las teorías del color que definieron los maestros de finales del siglo XIX se cumplen con bastante frecuencia en las obras de los graffiteros de hoy en día, que utilizan recursos visuales como la proximidad de colores complementarios, tales que el rojo y el verde, para dar viveza a su creación y que ésta resulte más “vibrante” para el espectador.
Además, pintores de la talla de Monet o Pissarro tuvieron que soportar que sus obras fueran vilipendiadas por sus coetáneos y que no se comprendiera su labor hasta décadas más tarde. Que el impresionismo se clasificara como “infra-arte” derivó en que muchos de los continuadores del movimiento aprendieran la técnica artística de manera autodidacta, pues las instituciones educativas no recogían en sus programas un sistema de enseñanza apropiado para estos alumnos. Exactamente lo mismo que ocurre actualmente en el caso del graffiti.
El superhéroe de Marvel
Gracias a diversas cromatografías de la disolución de la sangre graffitera, ahora sabemos que todo buen graffitero es un 44% superhéroe de Marvel.
Esto se demuestra con bastantes puntos en común entre ambos: la labor “extra-legal” que realizan tanto los graffiteros como los superhéroes los obliga a mantener, en la gran mayoría de los casos, su verdadera identidad oculta. Ello explica que su principal momento de actuación sea la noche, así como el hecho de que deben actuar bajo pseudónimo.
Además, ambos tienen una ánimo agitador y revolucionario, un espíritu de lucha y cambio.
Mientras que los superhéroes, por norma general, tienen como causa de combate el crimen en la ciudad, los graffiteros también se comprometen con la problemática social. Arremeten contra la exclusivización del arte, al que no todos podemos acceder si queda recluido en colecciones privadas o museos de carísima entrada. Representa, asimismo, una respuesta al campo de minas publicitario por el que caminamos día tras día, lo que nos hace mínimamente conscientes de que, quizás, no solo los mensajes que nos exhortan a comprar deberían tener cabida en el paisaje urbanístico. Además, estas adorables craturitas graffiterianas se implican éticamente al denunciar con sus obras actuaciones reprochables que no todo el mundo se atreve a señalar.
El superhombre nietzscheano
Por último, el graffitero con denominación de origen se compone en un 19% del superhombre nietzscheano.
El polémico filósofo (entre otras ocupaciones) afirmaba que el hombre, en su verdadero y más sublime significado, era aquel que estaba encarnado en un niño, quien, a través del juego, creaba sus propios valores.
Y, ¿qué es más lúdico que el dibujo, el color, la explosión cromática que nos sacude el polvo grisáceo que nuestros pulmones inhalan por obligación? Y ¿qué es lo que pide Banksy (que ya mencionamos anteriormente), si no la creación de tus únicos, propios y exclusivísimos valores, al afirmar que “Si quieres alcanzar la grandeza, deja de pedir permiso”?
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PD: el 1% que queda… Bueno, eso, como en la Coca-Cola, es el ingrediente secreto…